Los apóstoles, el Antiguo Testamento y la ley de Dios

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“Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

Como hemos visto repetidamente, uno de los conceptos más tergiversados acerca del nuevo pacto es la idea de que por medio de él Jesucristo abolió la necesidad de obedecer las leyes contenidas en el Antiguo Testamento. Este falso concepto ha sido enseñado, con muchas variaciones, por cerca de 2000 años. Por lo tanto, es esencial que dejemos muy claro lo que los apóstoles de Jesús realmente enseñaron acerca de las leyes que definen la justicia tal como aparecen en el Antiguo Testamento.

En un índice de la Complete Jewish Bible (“Biblia judía completa”) hay un listado de 695 citas diferentes de pasajes del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento (David Stern, 1998, pp. 1610-1615). Además, en varias decenas de otros pasajes se hace referencia al Antiguo Testamento (como por ejemplo en los casos en los que se menciona un personaje del Antiguo Testamento) pero sin citarlo textualmente.

Dependiendo de la obra y del erudito que uno consulte, el número de citas y referencias del Antiguo Testamento en el Nuevo ¡puede llegar a 4105! (Roger Nicole, Expositor’s Bible Commentary [“Comentario bíblico del expositor”], 1979, 1:617). En comparación, los escritores del Nuevo Testamento sólo se citan entre sí cuatro veces. Sin embargo, algunas personas todavía argumentan que lo que enseña el Nuevo Testamento es que el Antiguo Testamento es obsoleto, válido tan sólo para un pueblo específico en un momento limitado de la historia.

El Expositor’s Bible Commentary (“Comentario bíblico del expositor”) explica cuánto del pensamiento del Antiguo Testamento ha penetrado en el pensamiento y los escritos de los autores del Nuevo Testamento: “Una característica sobresaliente del N[Nuevo] T[Testamento] es el grado en el que alude al A[Antiguo] T[Testamento] y lo cita. Apela al AT para ofrecer pruebas de las declaraciones que hace, confirmación de las posiciones que expone, ilustración de los principios que enseña y respuestas a las preguntas que suscita.

”Con frecuencia, aun cuando no se da una cita formal o tal vez nunca se haya pretendido darla, los escritores del NT siguen ciertos patrones de pensamiento o expresión propias de los pasajes del AT. Es evidente que los escritores del NT y nuestro Señor mismo estaban tan embebidos en el lenguaje y las verdades de la revelación del AT que se expresaron naturalmente en términos muy propios de éste” (ibídem).

Aquellos que insisten en que el Nuevo Testamento enseña que el Antiguo Testamento está fuera de moda y es de poca importancia para los cristianos en la actualidad, ¡pasan por alto las abundantes pruebas contrarias a esto que se encuentran en el mismo Nuevo Testamento!

La forma más fácil de entender cómo se aplica el Antiguo Testamento a los cristianos en el nuevo pacto es ver sencillamente lo que los apóstoles enseñaron acerca del tema. Al fin y al cabo, estos hombres fueron los más cercanos a Jesucristo, por haber estado mucho tiempo con él y haber sido enseñados personalmente por él mismo.

Primero veremos a Santiago, Pedro, Juan y Judas, cuyas epístolas llevan sus nombres. Sus escritos son llamados “epístolas generales” porque estaban dirigidas a todos los cristianos primitivos y contienen instrucción cristiana general. Luego, dejaremos que Pablo explique por sí mismo lo que creía acerca de obedecer las Escrituras del Antiguo Testamento.

La perspectiva de Santiago acerca de la ley

Al parecer, Santiago fue el primero de estos cuatro escritores, y su epístola fue escrita antes del 62 d.C., año en que fue martirizado. Por ser medio hermano de Jesús (Mateo 13:55), sin dudas conocía muy bien la actitud y perspectiva que éste tenía con respecto al Antiguo Testamento y a las leyes de Dios.

Santiago no podría haber sido más claro acerca de cómo entendía que se aplicaban las leyes de Dios a los cristianos. Se refiere a ellas como a “la ley real” y “la ley de la libertad” (Santiago 2:8, 12), reconociendo que la obediencia a la ley nos libera del pecado y sus nocivas consecuencias. “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25).

Nuevamente, de una forma específica él sostiene que es necesario guardar los mandamientos de Dios: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis” (Santiago 2:8, citado de Levítico 19:18). Y prosigue explicando que uno no puede escoger qué mandamientos de Dios va obedecer, y concluye diciendo que debemos hablar y actuar “como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (v. 12).

Santiago nos dice además que afirmar simplemente que tenemos fe y creemos en Dios es inútil, porque incluso los demonios reconocen esto (v. 19). Se vale de los ejemplos del Antiguo Testamento de Abraham y Rahab para mostrar que nuestra fe debe ir acompañada de acciones; en otras palabras, que la fe sin obras está muerta (vv. 17-26).

Él señala además que no basta con simplemente evitar el pecado; dice que si sabemos hacer el bien pero no lo hacemos, esto también es pecado (Santiago 4:17). Como Jesús lo hizo en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-48), Santiago afirma que los cristianos deben seguir una norma más alta de conducta que simplemente la letra de la ley. Debemos vivir de acuerdo con su plena intención espiritual.

Pedro se apoya en el Antiguo Testamento

El apóstol Pedro era un líder entre los apóstoles y desempeñó un papel importante en la iglesia primitiva. Las únicas epístolas de Pedro que fueron preservadas son las que llevan su nombre: 1 y 2 de Pedro, aparentemente escritas pocos años antes de que fuera martirizado en el año 67 o 68 d.C.

¿Qué nos muestran estas cartas acerca de la perspectiva que Pedro tenía del Antiguo Testamento y la ley de Dios? Mientras que el tema de guardar la ley no se toca directamente en las epístolas de Pedro, lo que escribe deja muy claro lo que piensa al respecto.

Él repite el mandamiento de Dios en Levítico 11:44, diciendo: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está [en el Antiguo Testamento]: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16). Al citar Isaías 40:8 nos recuerda que “la palabra del Señor permanece para siempre” (v. 25).

Pedro compara la iglesia con un nuevo templo que está siendo construido por Dios (1 Pedro 2:5), y describe a los miembros de la iglesia como el nuevo sacerdocio dedicado al servicio de Dios (vv. 5, 9). Se refiere a Sara, Abraham y Noé para respaldar varias de sus exhortaciones (1 Pedro 3:6, 1 Pedro 3:20). En su primera epístola, cita del Antiguo Testamento más de 12 veces como respaldo para lo que está diciendo.

En su segunda epístola, escrita poco antes de su muerte (2 Pedro 1:14-15; comparar con Juan 21:18-19), Pedro nos recuerda que los profetas del Antiguo Testamento hablaron (y escribieron) por inspiración del santo Espíritu de Dios (2 Pedro 1:20-21). Habla acerca del pavoroso juicio que Dios va a traer por el pecado de la humanidad, utilizando como ejemplos de ello el mundo lleno de pecado de la época de Noé y las degeneradas ciudades de Sodoma y Gomorra que Dios exterminó como “ejemplo a los que habían de vivir impíamente” (2 Pedro 2:5-6).

También utiliza al profeta Balaam como ejemplo de la desobediencia a los mandamientos de Dios, que trae condenación (v. 15). Y nos recuerda la necesidad de que tengamos “memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas” en el Antiguo Testamento, así como de las palabras de los apóstoles (2 Pedro 3:2).

Juan enseña la necesidad de obedecer los mandamientos de Dios

Juan, “el discípulo a quien amaba Jesús” (ver Juan 21:7, Juan 21:20, Juan 21:24), repetidamente nos habla en sus epístolas acerca de la necesidad de guardar los mandamientos de Dios. Al parecer, éstas fueron escritas entre el 85 y el 95 d.C., cuando él era el último de los 12 apóstoles originales que todavía estaba vivo. Sus contundentes argumentos hablan por sí mismos:

“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4).

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).

“Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).

“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3).

“Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos . . .” (2 Juan 6).

Judas y el Antiguo Testamento

Judas, al igual que Santiago, era también medio hermano de Jesús (Mateo 13:55) y lo conoció desde la infancia. Aunque su corta epístola consta de tan sólo 25 versículos, logra incluir en ella muchas referencias al Antiguo Testamento, entre ellas el peregrinaje de Israel por el desierto, Sodoma y Gomorra, Moisés, Caín, Balaam, Coré y Enoc.

El testimonio de estos hombres que aprendieron personalmente de Jesucristo es muy claro. Creían que el Antiguo Testamento era la inspirada revelación de Dios a la humanidad en todos los tiempos y afirmaron que guardar los mandamientos de Dios continúa siendo un requisito para los cristianos en la actualidad.

Cómo fueron torcidas las enseñanzas de Pablo

Pablo le escribió al evangelista Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Ya que Pablo había definido “las Sagradas Escrituras” en el versículo anterior como algo que Timoteo había conocido “desde la niñez”, esto sólo podría estarse refiriendo al Antiguo Testamento, ya que el Nuevo Testamento aún no había sido escrito ni recopilado. Así que resulta obvio y claro que Pablo pensaba que era necesario entender el Antiguo Testamento y vivir de acuerdo con él.

Sin embargo, muchos teólogos y predicadores en la actualidad piensan que Pablo tenía las Escrituras del Antiguo Testamento por obsoletas. Creen que él fue la primera persona que enseñó que estas Escrituras ya no son necesarias como la guía y la autoridad para los cristianos.

Para llegar a esta conclusión tergiversan algunos pasajes de Pablo que son difíciles de entender y se valen de ellos para respaldar su afirmación de que Jesucristo, al morir en la cruz, abolió la ley del Antiguo Testamento.

Al decir esto, hacen caso omiso de la advertencia que Pedro hizo al decir: “Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito . . . algunas [cosas] difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:15-16).

Cuando examinamos cuidadosamente los escritos de Pablo, es absurdo suponer que utilizó como respaldo para su autoridad los mismos escritos que supuestamente estaba desestimando. ¡Él continuamente se apoyaba en el Antiguo Testamento como la principal autoridad para lo que enseñaba!

Pablo defiende su fidelidad a las Escrituras

Las primeras acusaciones en el sentido de que Pablo estaba desdeñando la ley de Dios provinieron de ciertos judíos que se oponían vehementemente a que él predicara que los gentiles podían ser salvos sin someterse al rito de la circuncisión. Lo acusaron falsamente de abandonar la ley de Dios y su herencia judía. Pablo negó la acusación firmemente y dejó claro que tenía un respaldo en las Escrituras para sus enseñanzas y su comportamiento.

Para ayudar a demostrar que las acusaciones de que Pablo estaba abandonando la ley de Dios no eran ciertas, algunos cristianos en Jerusalén le pidieron que acompañara a cuatro cristianos judíos a realizar ritos de purificación en el templo, tal como estaba estipulado en la ley bíblica (Hechos 21:17-26). Pablo aprovechó la oportunidad, ansioso de acallar a sus críticos y confirmar públicamente su fidelidad a las Escrituras.

Sin embargo, “cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar” (vv. 27-28).

Ellos estaban mintiendo; sin embargo, se formó una revuelta y el comandante romano tuvo que rescatar a Pablo de la turba judía enloquecida que trataba de matarlo.

Pablo pidió permiso para hablar en defensa propia ante la turba. Le fue concedido el permiso (v. 40) y habló. Después fue llevado ante el Sanedrín, el máximo tribunal de los judíos, y de allí fue transferido a la ciudad de Cesarea en la costa mediterránea para comparecer delante del gobernador romano Félix. El comandante romano de la guarnición en Jerusalén, en una carta a Félix, incluyó esta explicación: “A este hombre, aprehendido por los judíos, y que iban ellos a matar, lo libré yo acudiendo con la tropa, habiendo sabido que era ciudadano romano. Y queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de ellos; y hallé que le acusaban por cuestiones de la ley de ellos, pero que ningún delito tenía digno de muerte o de prisión” (Hechos 23:27-29).

Veamos cómo Pablo se defendió de las falsas acusaciones: “Habiéndole hecho señal el gobernador a Pablo para que hablase, éste respondió: Porque sé que desde hace muchos años eres juez de esta nación, con buen ánimo haré mi defensa. Como tú puedes cerciorarte, no hace más de doce días que subí a adorar a Jerusalén; y no me hallaron disputando con ninguno, ni amotinando a la multitud; ni en el templo, ni en las sinagogas ni en la ciudad; ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan. Pero esto te confieso, que . . . sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas; teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:10-16).

¡Cuán claro! Años después de haberse convertido al cristianismo, Pablo declaraba que todavía creía “todas las cosas que en la ley y en los profetas [términos judíos para todo el Antiguo Testamento] están escritas”. Este testimonio, de los propios labios de Pablo, quita toda duda sobre su posición frente a la ley de Dios.

Segunda defensa de Pablo ante la corte

Dos años más tarde Pablo tuvo que comparecer nuevamente ante la corte y un nuevo gobernador romano, Porcio Festo (v. 27). “Cuando éste llegó, lo rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, presentando contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar; alegando Pablo en su defensa: Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (Hechos 25:7-8).

Estas comparecencias oficiales son muy importantes porque establecen, en las propias palabras de Pablo, que continuaba firmemente comprometido tanto a creer como a cumplir todas las leyes de Dios, las mismas leyes que los judíos afirmaban obedecer. Ninguno de sus detractores pudo probar de alguna manera lo contrario. Todas las acusaciones eran falsas, al igual que las que en la actualidad afirman que él enseñó en contra de las leyes del Antiguo Testamento.

Sin embargo, esos rumores falsos y calumniosos que hace mucho tiempo comenzaron con los acusadores falsos de Pablo, todavía circulan en la actualidad. Se han convertido en el fundamento de lo que comúnmente se llama “la teología paulina”.

Esta filosofía teológica todavía presenta a Pablo como alguien empeñado en separar al cristianismo de sus raíces judías. Lo presenta como alguien que rechazó su herencia bíblica y efectuó cambios en sus enseñanzas que repudiaban las leyes del Antiguo Testamento.

Pero, como hemos explicado anteriormente, esto está muy lejos de lo que Pablo creyó y enseñó. En toda su vida Pablo defendió que “la Escritura” del Antiguo Testamento era no sólo inspirada por Dios sino también “útil . . . para instruir en justicia” a todos los cristianos (2 Timoteo 3:15-17).

Estas Escrituras contienen la ley de Dios, que establece la diferencia entre la justicia y el pecado. No debe sorprendernos, por lo tanto, que Pablo exclamara: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley . . .” (Romanos 7:7).