El Padre, el Hijo y la Fiesta de Pentecostés

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El Padre, el Hijo y la Fiesta de Pentecostés

¿Cómo ocurrió el cambio de los doce apóstoles, que escaparon para salvar sus vidas cuando su Maestro fue arrestado (Marcos 14:50) y después llegaron a convertirse en gigantes de la fe dispuestos a morir, si hubiese sido necesario, por su Señor y Salvador? ¿Cómo llegaron Pedro y el resto de los apóstoles al punto de proclamar que estaban dispuestos a “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29), aunque tuvieran que ir a la cárcel y posiblemente morir?

La fiesta bíblica de Pentecostés nos da la respuesta. Justo antes de subir al cielo, Jesús les dijo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

¡Estos doce hombres no sabían nada sobre la magnitud del poder transformador del Espíritu Santo que estaban a punto de recibir!

Este poder les fue dado diez días después. En Hechos 2:1-2 leemos: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados”.

Tal como Jesús había prometido, ¡sus discípulos recibieron este extraordinario poder! De seguidores temerosos, que se escondían en sitios seguros, los apóstoles pasaron a convertirse en hombres dispuestos a sufrir por el nombre de Jesús (Juan 20:19, Hechos 5:40). Dejaron de ser egocéntricos para transformarse en hombres llenos de amor a Dios y de profunda fe y convicción en algo muy superior a ellos mismos.

La causa de esta transformación fue el poder de Dios, lo que la Biblia llama el Espíritu Santo.

La promesa del Padre

Una de las últimas cosas que Jesús les dijo a los apóstoles fue que debían esperar en Jerusalén hasta que recibieran “poder desde lo alto” y “la promesa de mi Padre” (Lucas 24:49).

Incluso antes de ser crucificado, Jesús les prometió que recibirían este asombroso poder transformador. En Juan 14:16 dijo: “Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Abogado Defensor, [que] estará con ustedes para siempre” (Nueva Traducción Viviente).

Jesús explicó además que tanto Dios el Padre como él habitarían en los corazones de los creyentes: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23).

Este milagro, el hecho de que tanto el Padre como el Hijo moren dentro de los cristianos, es posible porque el Padre nos envió su Espíritu Santo. Eso es lo que dice Juan 14:26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.

Y, por supuesto, Jesús también jugó un papel muy importante en el envío del Espíritu Santo: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7).

Tanto el Padre como el Hijo enviarían el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Juntos, el Padre y el Hijo habitarían en los corazones y las mentes de los cristianos a través de este poder invisible llamado el Espíritu Santo.

Para los discípulos, esa fue una enseñanza profunda que no pudieron comprender en su momento. Pero Jesús hizo posible que la entendieran. “No os dejaré huérfanos”, dijo. “Vendré a vosotros” (Juan 14:18). Gracias a eso, Pablo pudo escribir más adelante en Colosenses 1:27 que Cristo vive en nosotros como la esperanza de nuestra gloria futura.

Condiciones para recibir el Espíritu Santo

Dios establece en su Palabra ciertas condiciones para recibir el Espíritu Santo. Con el fin de ser claros, al decir “condiciones” no estamos afirmando que hay alguna manera en que podamos ganar este precioso don de Dios.

La condición más importante que estipulan las Escrituras en cuanto a cómo podemos recibir el Espíritu Santo, tiene que ver con el bautismo. En el sermón de Pedro en aquel Pentecostés, Dios le inspiró a decir: “Arrepentíos, y bautícesecada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38, énfasis nuestro en todo este artículo).

Arrepentirsesignifica dejar de pecar y, en fe, someter nuestras vidas entregándolas por completo a la voluntad y el propósito de Dios para nosotros. Significa obedecerle en todo lo que nos diga que hagamos. Significa un cambio completo de vida y prioridades.

¡El sermón de Pedro en ese especial día santo fue tan poderoso, que tres mil personas fueron bautizadas! (Hechos 2:41). El poder del Espíritu de Dios no puede ser medido.

Las Escrituras en sí mismas aclaran que el Espíritu de Dios solo se otorga con la condición de que comencemos a obedecera Dios, una parte importante del verdadero arrepentimiento. Hechos 5:32 nos dice explícitamente que Dios da su Espíritu Santo “a los que le obedecen”.

Note por lo menos dos verbos clave en este versículo: Dios otorgael Espíritu Santo, es decir, es una dádiva, y es para los que le obedecen, así que esta es una condición inequívoca. La obediencia no es el medio para conseguirlo, pero no se obtiene a menos que se cumpla esta condición. Obviamente, Dios no le dará este precioso regalo a un individuo rebelde y carnal. Cuando Simón el mago, que había logrado que lo bautizaran, ofreció comprar el Espíritu Santo (su malvado corazón se enfocó en el poder antes que en obedecer a Dios), Pedro le reprendió fuertemente (Hechos 8:19-22).

Como requisito específico el bautismo es una ceremonia sagrada, pero además hay otra ceremonia que debe llevarse a cabo para recibir el Espíritu Santo.  Se trata de la imposición de manos hecha por los verdaderos ministros de Dios. En Hechos 8:17 leemos: “Entonces [Pedro y Juan] les impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo”. (Este era el poder que codiciaba Simón).

En Hebreos 6:1-2 la imposición de manos aparece como una de las doctrinas fundamentales de la Iglesia, junto con el arrepentimiento, la fe y el bautismo. Esta ceremonia, que debe llevarse a cabo para recibir el Espíritu Santo, demuestra que Dios lo concede a través de sus fieles y auténticos ministros.

La obediencia demuestra nuestro amor a Dios

El amor a Dios comprende mucho más que pensar en él y asistir a los servicios de la Iglesia. En sus instrucciones finales antes de ser crucificado, Jesús les dijo esto a sus seguidores: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Luego añadió: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (v. 21).

Y siguió hablando del mismo tema, diciendo: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (v. 23).

La Biblia es consistente, sin ninguna duda. ¡Mostramos nuestro amor a Dios cuando le obedecemos!

Y por supuesto, Jesús no estaba exigiéndonos nada que él mismo no hubiera hecho. Como dijo: “Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago” (v. 31). Así como Jesús mostró amor por el Padre al obedecer sus mandamientos, también nosotros nos esforzamos por seguir el ejemplo de Jesús.

Entonces, ¿por qué nos esforzamos por vivir según los mandamientos de Dios? Obedecemos a Dios no para ganar nuestra salvación, lo que por supuesto es imposible, sino como parte del amor genuino que sentimos por Dios el Padre y por Jesucristo. Obedecer no quiere decir: “Estoy ganando mi salvación por mis obras”, sino más bien: “¡Amo a Dios, y mi obediencia es la prueba!” El amor a Dios es más que una emoción. Implica obedecer con prontitud.

El Espíritu Santo fue un regalo de Dios a la Iglesia del Nuevo Testamento en Pentecostés, que hizo posible que todos los cristianos pudiéramos mostrar nuestra amorosa obediencia a él.

Los milagros de Pentecostés

Lo que sucedió en Pentecostés dio paso a muchos milagros. Personas de diversos orígenes pudieron oír las palabras de los apóstoles en sus propias lenguas nativas (Hechos 2:8). Dios le dio a Pedro el don y la inspiración para predicar(Hechos 2:14-40), y tres mil personasfueron bautizadas.

Y los milagros siguieron ocurriendo: un hombre cojo por más de cuarenta años fue sanado (Hechos 4:22). Los primeros capítulos de Hechos hablan de predicaciones muy inspiradas, de la conversión de miles de personas más (Hechos 4:4), y de milagros aún más notorios (Hechos 5:14-16). Para nosotros en la actualidad, el mayor de los milagros del Espíritu Santo es que nos conduce a la fe verdadera y a obedecer voluntariamente para convertirnos, cambiando desde el interior, en la clase de personas que Dios quiere que seamos.

El Padre amoroso y su amado Hijo le ofrecen este mismo regalo hoy. ¿Está dispuesto a aceptar su ofrecimiento?  BN