La resurrección de Jesucristo: Esperanza de vida

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La resurrección de Jesucristo

Esperanza de vida

Los hombres corrían por las calles de la ciudad para ver si era cierto. En la última parte del trayecto, uno le ganó al otro y llegó primero al lugar de la escena. Deteniéndose, se agachó, miró al interior y notó los paños de lino que anteriormente habían servido de mortaja a un cuerpo. Impactado, no quiso entrar de inmediato.

Pero su amigo no esperó y metiendo su cabeza, entró. Vio los mismos paños de lino y otro pedazo tirado a cierta distancia, y también se llenó de asombro.

Luego, el otro entró y se le unió. Al contemplar el recinto cavado en la roca, se dieron cuenta de que había ocurrido algo que trascendía la comprensión humana.

Estos dos hombres, Pedro y Juan, estaban parados en la tumba vacía donde poco más de tres días y tres noches antes había sido colocado el cadáver de su Señor y Maestro, Jesús de Nazaret (Juan 20:1-10).

Se habían encontrado con un sepulcro vacío, y sus vidas fueron transformadas tan pronto se dieron cuenta de lo que esto significaba: Jesús no estaba ahí, porque había resucitado de entre los muertos. Todo había cambiado.

Una enseñanza crucial           

¿Se le ha ocurrido imaginarse dentro de esa tumba y meditar en lo que ella significa? ¿Ha creído sin sombra de duda que Cristo resucitó de entre los muertos? ¿Ha permitido que su vida y su forma de pensar sean transformadas por este evento?

La resurrección de Jesucristo es una enseñanza crucial de la Biblia, así que examinémosla directamente en las Escrituras, sin las tradiciones que fueron añadidas después.

La resurrección de Jesucristo constituyó una parte central del mensaje que los apóstoles proclamaron al mundo. Pedro declaró en su primer sermón registrado:

“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella . . .

“A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís . . . Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:22-36).

Durante los siguientes 40 días, algunos de estos hombres y mujeres vieron personalmente a Cristo resucitado y oyeron sus enseñanzas acerca del Reino de Dios. Ellos vieron y aceptaron esto como un hecho que confirmó su fe y les permitió llevar el evangelio a los pueblos de aquel entonces.

Su testimonio, registrado en el libro de los Hechos y en las epístolas de Pablo, es evidencia de primera mano, ya que ellos fueron testigos oculares de la resurrección de Cristo.

El apóstol Pablo mostró que la resurrección es crucial para la esperanza cristiana: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras . . . Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?” (1 Corintios 15:3, 12).

¿Ocurrió esto realmente?

Los principales sacerdotes y fariseos fueron al gobernador romano Poncio Pilato para pedirle que pusiera guardias de seguridad en la tumba, a fin de impedir que los discípulos de Jesús fueran y robaran el cuerpo y luego declararan que había resucitado. Ellos se acordaban de que Jesús había dicho que resucitaría después de estar tres días y tres noches en la tumba. Pilato les proporcionó guardias, y la piedra que se había colocado frente a la tumba fue sellada (Mateo 27:62-66).

El relato de Mateo no escatima detalles para mostrar que hubo testigos que sintieron un terremoto y vieron al ángel que había hecho rodar la piedra colocada a la entrada de la tumba. Los guardias estaban tan aterrados, que se paralizaron y quedaron “como muertos” (Mateo 28:2-4).

Estos mismos guardias –y tenga en mente que ellos no eran discípulos de Jesús– fueron e informaron a las autoridades de lo que había sucedido, de lo que habían visto con sus propios ojos; sin embargo, fueron sobornados por los oficiales para que se quedaran callados. Este  hecho fue muy conocido entre los judíos durante muchos años (vv. 11-15).

La gente sabía acerca de la resurrección de Jesús, porque hubo múltiples testigos de ella.

Pablo declaró que Cristo resucitado fue visto por todos los apóstoles y también por más de 500 personas (1 Corintios 15:5-8), ¡las que a su vez entregaron su testimonio personal a millares!

Cabe hacer notar que esto no fue algo que los discípulos llevaron a cabo en un rincón, de manera encubierta, para luego disfrazarlo y sacarlo a la luz con la intención de crear una nueva secta.

Piense en esto: aquellos pescadores sin educación, mujeres y recaudadores de impuestos eran la gente menos adecuada para comenzar un nuevo movimiento religioso, ¡especialmente uno basado en la historia de un hombre que había sido crucificado como criminal, para luego resucitar de entre los muertos!

Pablo exhorta a los cristianos en Corinto diciéndoles que tienen un Salvador y la esperanza de la salvación. Él quería que no hubiese duda alguna en sus mentes sobre esta verdad; de la misma manera, no debiera haber duda para usted y para mí. Pablo prosigue mostrando las implicaciones de una fe sin un Salvador resucitado:

“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (vv. 13-19).

Jesucristo resucitó de entre los muertos, o no lo hizo. Este es un asunto de fe muy profundo para un creyente. Nuestro mundo moderno siempre está listo para arrancar de nuestras mentes y corazones toda creencia en Dios y en que Jesús de Nazaret fue el Hijo divino de Dios que fue enviado a la Tierra, que nació de una virgen para luego morir y resucitar a la vida eterna, y que actualmente está sentado a la derecha de Dios el Padre, esperando el momento para regresar con todo su poder y gloria.

La tumba vacía

Para mí, la fe es un proyecto que se desarrolla a lo largo de toda una vida. En mi caso, comenzó en mi juventud; tuve una oportunidad única de meditar profundamente en esto mientras recorría la misma región donde Jesús vivió y enseñó, durante un verano que pasé en Jerusalén trabajando y estudiando.

Hay un sitio en Jerusalén llamado “tumba del jardín”. Hace algunos años, algunos sugirieron que esta debía ser la tumba donde Jesús fue colocado después de su muerte. Estudios posteriores han comprobado que tal cosa no es cierta; sin embargo, este sepulcro nos da una idea de cómo era una tumba con una piedra rodante en el siglo I d. C. Además, esta tumba se encuentra en medio de un hermoso jardín, al igual que la tumba de Jesús. Hoy en día uno puede visitar esa tumba vacía en Jerusalén y formarse una buena idea de lo que los discípulos vieron.

Yo solía ir a este sitio y me sentaba a pensar acerca del impacto de la resurrección. En una tumba esculpida en la roca, como ésta, uno se puede imaginar todos los eventos descritos por los autores de los evangelios.

El cuerpo de Cristo fue llevado y puesto sobre una banca hecha de roca que se hallaba dentro de la tumba. Normalmente al cuerpo se le aplicaban aceites y hierbas especiales, y luego se le envolvía en un manto de lino. Luego se hacía rodar una gran piedra circular sobre la entrada, que sellaba el sepulcro y lo dejaba en completa oscuridad.

En aquella oscuridad y silencio transcurrieron tres días y tres noches. Súbitamente, un destello de luz penetró la oscuridad y la vida regresó al cuerpo de Cristo — pero no la misma vida física, sino que una vida espiritual que trascendió todo lo que cualquier humano había experimentado hasta entonces. La plenitud de Dios llenó de energía el cuerpo sin vida, que fue transformado a la gloria espiritual. ¡Jesucristo se había levantado de entre los muertos, y la humanidad ahora tenía un Salvador!

Sin una resurrección, el cristianismo no es más que una filosofía humana similar a todas las otras creencias y enseñanzas del hombre. Con la resurrección, nada es más importante, ya que gracias a este hecho crucial y verdadero todo se vuelve posible.

El simbolismo en su última cena antes de morir y la fiesta que la siguió

La última noche antes de su muerte, Jesucristo cenó con sus discípulos. Comúnmente llamada “la última cena”, en realidad se trataba de la cena de la Pascua. Pero durante esa tarde Cristo hizo ciertos cambios significativos.

Note lo que Pablo nos dice: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis [esto es, cada Pascua], en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-25).

Los eventos de la muerte de Cristo se llevaron a cabo al momento de la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura. Estas fiestas se describen por primera vez en Éxodo 12, justo antes de que Israel saliera de Egipto bajo la dirección de Moisés. La muerte y la resurrección de Cristo le dieron un nuevo significado a estas fiestas.

El apóstol Pablo resumió elocuentemente estas fiestas al grupo de creyentes en Corinto. Él quería hacer énfasis ante esta congregación no judía, y en su mayoría gentil, en el hecho de que las fiestas de Dios deben ser observadas con un nuevo significado y relevancia.

Note lo que él les dijo a ellos y, por extensión, a nosotros en la actualidad: “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:6-8).

Jesucristo, nuestra Pascua, encarnó el simbolismo de los corderos sacrificados por siglos como parte del servicio de la Pascua. Su sacrificio, hecho una sola vez para siempre (Hebreos 9:28), fue parte del plan de salvación de Dios desde el comienzo.

Enterrado antes del día santo y resucitado tal como se había predicho

Cristo fue puesto en una tumba nueva tallada en la roca sólida, con una piedra rodante a manera de puerta, algo común en la Jerusalén del primer siglo. Los evangelios nos dicen que esto fue hecho apresuradamente, ya que se acercaba el sábado.

Lo que la mayoría malentiende acerca de este “sábado” es que no era el sábado semanal, el cual siempre comenzaba a la puesta de sol del viernes y terminaba a la puesta del sol del sábado, sino que era el primer día de la Fiesta de los Panes sin Levadura, una fiesta diferente que también era un sábado, pero anual; es decir, la fecha de celebración de esta fiesta santa podía caer en diferentes días de la semana cada año. Juan 19:31 hace la distinción de este día y su diferencia con el sábado semanal regular indicando que “aquel día de reposo era de gran solemnidad”.

Como señal profética de que él era el Mesías, Cristo dijo que estaría en la tumba por tres días y tres noches (Mateo 12:40). Esto sucedió exactamente como él predijo, y fue la única señal que les dio a los escépticos para mostrarles que él era verdaderamente quien decía ser.

Cuando los discípulos fueron a la tumba esa mañana, la encontraron vacía. Tal como había sido profetizado, el Santo de Dios no vio corrupción (Hechos 2:25-27; compare con Salmos 16:10).

De hecho, muchas otras profecías del Antiguo Testamento fueron cumplidas con estos eventos. En las semanas que siguieron, los discípulos de Jesús atarían los cabos sueltos gracias a la ayuda que él les dio, y comprenderían mejor cómo fue que él cumplió varios aspectos profetizados sobre el tan esperado Mesías.

Una misión y un mensaje

A continuación, sus discípulos emprendieron la misión que Jesús les encomendó de llevar el evangelio –las buenas noticias del Reino de Dios– a la humanidad y hacer discípulos en todas las naciones, predicando a lo largo y ancho del mundo de ese entonces. Vemos este fascinante relato en el libro de Hechos, y a través de las enseñanzas de los apóstoles aprendemos cuán importantes fueron la vida y la resurrección de Cristo para nuestra esperanza de salvación y vida eterna.

La muerte de Cristo pagó por la pena del pecado, y el juicio que pende sobre nosotros es anulado cuando nos arrepentimos y aceptamos su sacrificio por la remisión de nuestras transgresiones. A partir de ese momento comienza el proceso de salvación para nosotros, pero nuestra esperanza de recibir la vida eterna como parte de la familia de Dios en el Reino depende de aceptar la vida de Cristo en nuestro interior. Comprender esta clave vital es sumamente importante; observe lo que Pablo escribe en Romanos cuando entrega este mensaje:

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:8-11).

“Seremos salvos por su vida”

La declaración de Pablo de que “seremos salvos por su vida” es algo que debemos comprender a cabalidad. Muchas veces, personas devotas y con buenas intenciones se enfocan en la muerte de Cristo para la salvación y nunca adquieren la perspectiva apropiada de su vida.

La pasión y muerte de Jesucristo son aspectos muy importantes del plan de Dios. Su muerte representó el sacrificio necesario para la reconciliación con Dios y el perdón de nuestros pecados, pero este es solo el comienzo del proceso. El hecho de que él fuera resucitado de la tumba y viva en la actualidad es necesario para que tengamos alguna esperanza de recibir la vida eterna. Cristo resucitado es quien nos ayuda a continuar obedeciendo a Dios e intercede ante el Padre cuando fracasamos en este aspecto.

Efectivamente, Dios nos perdona y nos salva a través de su gracia, que es el favor divino que él nos obsequia. No podemos ganarnos la salvación (la vida eterna) a través de la obediencia; sin embargo, para que podamos recibir este favor, Dios pone como condición que dejemos de practicar el pecado como forma de vida y comencemos a obedecerle. Continúe leyendo en Romanos 6: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (vv. 1-2).

Pecado es una palabra que muchos no admiten hoy en día; la gente no quiere aceptar la idea de una conducta que viola la ley de Dios. Nuestro mundo saturado de cosas materiales adormece nuestra sensibilidad ante la dimensión espiritual de la vida, que verdaderamente existe. Muchos tienden a pensar que lo físico es lo único que importa.

Como resultado, la existencia de leyes espirituales que gobiernen la forma en que vivimos es un pensamiento ajeno para muchos. Los seres humanos somos criaturas físicas, pero con una dimensión espiritual que nos permite conectarnos con Dios y tener una relación con él. Las leyes espirituales que reveló, cuando son obedecidas, nos permiten evitar gran parte del dolor y el sufrimiento que acarrean las malas decisiones y el mal comportamiento.

Esto es precisamente lo que Pablo quiso decir en Romanos 12:1-2, cuando escribió: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Nueva Versión Internacional).

La mayoría de las personas no se dan cuenta de que hay una vida maravillosa y bendecida, un nuevo estándar que les espera si es que están dispuestas a recibir la transformación que Dios ofrece. Como Cristo lo describió, “Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Lucas 6:38, NVI).

La resurrección de Cristo pavimentó el camino para que veamos y conozcamos mejor a Dios y podamos vivir la abundante vida que él nos ofrece (Juan 10:10). Cuando entendemos el significado de su resurrección, comenzamos a pensar de manera distinta y nuestras vidas adquieren el potencial de ser más de lo que jamás imaginamos, ¡porque sí pueden ser lo que Dios imagina!