El Espíritu de Dios y nuestro destino

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El Espíritu de Dios y nuestro destino

Actualmente, la prueba de fuego para que una persona sea aceptada en casi cualquier denominación cristiana tradicional consiste en que crea en la doctrina de la Trinidad.

Una pregunta en la página web del comentarista evangélico estadounidense John MacArthur, del ministerio Grace to You (Gracia a vosotros), dice: “¿Puede usted ser cristiano y negar la Trinidad?” La respuesta: “Yo diría: ‘No’. Si usted no cree en la Trinidad, significa que no entiende quién es Dios . . .”

La doctrina de la Trinidad sostiene que el Espíritu Santo es una tercera persona divina, junto al Padre y al Hijo. Sin embargo, una mirada más acuciosa a la Biblia revela los numerosos problemas que presenta este punto de vista. ¡Simplemente no es bíblico, pues no refleja la verdadera naturaleza de Dios ni el futuro glorioso que él ha diseñado para nosotros!

Entonces, si el Espíritu Santo no es una persona, ¿cómo lo define la Biblia?

El poder del Altísimo

La palabra “espíritu” es una traducción del hebreo ruach y del griego pneuma. Ambas palabras significan aliento o viento, una fuerza invisible. La Escritura dice claramente que “Dios es Espíritu”(Juan 4:24, énfasis nuestro en todo este artículo).

¿Qué es, pues, el Espíritu Santo? Una de las descripciones bíblicas más simples es esta: es “el poder del Altísimo” (Lucas 1:35). En lugar de describirlo como una persona o un ser, la Biblia a menudo se refiere a él en relación con la esencia divina y el poder de Dios.

El profeta Miqueas afirma estar “lleno de poder del Espíritu del Eterno” (Miqueas 3:8). En el Nuevo Testamento, Pablo lo describe como el espíritu de poder, amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7). Un ángel le dijo a María que concebiría a Jesús de forma sobrenatural: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, y este mismo mensajero divino se refiere al Espíritu como “el poder del Altísimo[que] te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35). Además, en una notable declaración durante el día de Pentecostés, Jesús les dijo a sus seguidores: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8).

Frente a este tipo de escrituras, incluso la Nueva Enciclopedia Católica admite: “El AT [Antiguo Testamento] claramente no concibe el espíritu de Dios como una persona . . . el espíritu de Dios no es más que el poder de Dios”(1965, vol. 13, “Spirit of God” [El Espíritu de Dios], p. 574).

El manual de referencia A Catholic Dictionary (Diccionario católico) igualmente reconoce: “En todo el Nuevo Testamento, tanto como en el Antiguo, se habla del espíritu como una energía o poder divino” (William Addis y Thomas Arnold, 2004, “Trinity, Holy” [Trinidad, Santa], p. 827).

La Palabra de Dios muestra que el Espíritu Santo es la misma naturaleza, presencia y expresión del poder de Dios
que trabaja activamente en sus servidores. De hecho, por medio de su Espíritu es que Dios está presente en todas partes a la vez (lo que lo hace omnipresente) y hace su voluntad en todo el universo.

Características impersonales del Espíritu Santo

Las numerosas descripciones del Espíritu Santo demuestran que no es una persona divina. Por ejemplo, se habla de él como un don (Hechos 10:45). Se nos dice que el Espíritu Santo puede ser apagado (1 Tesalonicenses 5:19), que puede ser derramado sobre la gente (Hechos 2:17, 33), y que somos bautizados en él (Mateo 3:11).

Las personas pueden beber de él (Juan 7:37-39), participar de él (Hebreos 6:4) y ser llenos de él (Hechos 2:4; Efesios 5:18). Además, el Espíritu Santo nos renueva (Tito 3:5) y debe ser avivado en nuestro interior (2 Timoteo 1:6). ¡Estas características impersonales, sin ninguna duda, no son atributos de una persona ni de un ser!

El Espíritu también se describe con otras características: “Espíritu Santo de la promesa”, “garantía de nuestra herencia”, y “espíritu de sabiduría y de revelación” (Efesios 1:13-14, 17, La Biblia de Las Américas). Esto comprueba que no se trata de una persona.

En contraste con Dios el Padre y de Jesucristo, que en muchos pasajes son comparados con los seres humanos en forma y figura, el Espíritu Santo es representado una y otra vez por diversos símbolos y manifestaciones completamente diferentes, tales como un soplo (Juan 20:22), viento (Hechos 2:2), fuego (Hechos 2:3), agua (Juan 4:14; 7:37-39), aceite (Salmos 45:7), y en forma de paloma (Mateo 3:16).

Si el Espíritu Santo fuera una persona, ¡sería muy difícil entender estas descripciones! Observe Mateo 1:20: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”. Aquí leemos que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo. Sin embargo, Jesús oraba continuamente, y el destinatario de sus oraciones, al cual llamaba su Padre, era Dios el Padre, no el Espíritu Santo. ¡Nunca se refirió al Espíritu Santo como “mi Padre”!

Es evidente que el Espíritu Santo fue el agente o poder del cual se valió el Padre para engendrar a Jesús como su Hijo, no una persona distinta ni una entidad independiente. El Espíritu Santo es el poder divino a través del cual Dios actúa.

Debemos permitir que su Espíritu se convierta en la fuerza guiadora de nuestras vidas, para que produzcamos las cualidades del verdadero cristianismo. Solo mediante el Espíritu de Dios podemos llegar a ser como él, y como hijos suyos. Pero, ¿qué significa esto en realidad?

“Vosotros sois dioses”

Vayamos al meollo de este asunto. En días de Jesús, los judíos lo acusaron de blasfemia por haber dicho que era el Hijo de Dios: “Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios . . . [por qué] ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Juan 10:33-36).

En otras palabras, Cristo dijo: “Si la Escritura explícitamente llamó dioses a los seres humanos, ¿por qué se molestan solo porque dije que soy el Hijo de Dios?”

Pero, ¿son realmente dioses los seres humanos? ¿Qué quiso decir Cristo? Veamos Salmos 82:6, de donde les citó a los judíos lo siguiente: “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo”.

La clave aquí es la palabra hijos,tal como leemos en otros versículos acerca de nuestra relación con Dios. Debemos entender que Dios es una familia — una familia divina de más de una persona.Hay un solo Dios (la familia Dios), que comprende más de un ser divino.

La familia Dios ha estado compuesta desde siempre por dos seres divinos: Dios y el Verbo. El Verbo se hizo carne hace 2 000 años como el Hijo de Dios, Jesucristo (Juan 1:1-3). Después de que Jesús viviera y muriera como humano, fue resucitado a existencia divina espiritual como “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18) y “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).

¿Quiénes son estos “muchos hermanos”? Son los santos de Dios, su pueblo santificado o apartado. Estos son los hermanos de Cristo, todos los miembros de su Iglesia.

Cuando resucitó, Jesús nació espiritualmente como el primero entre muchos hermanos o hijos de Dios que habrían de nacer después. Como dice en Hechos 17:28-29, descendemos de Dios: “Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres”.

La palabra griega para "linaje" que se utiliza aquí, genos, significa “parentesco”, “raza”, “género”, “estirpe”, o “familia”. Por consiguiente, somos del género o la familia de Dios.

Con esta aclaración es más fácil entender el Salmo 82. En el versículo 6, la palabra dioses equivale a “hijos del Altísimo”. Esto tiene mucho sentido, porque cuando una especie tiene descendientes, estos son de su mismo género. Los descendientes de los seres humanos son seres humanos. Los descendientes de Dios son, en palabras del propio Jesucristo, “dioses”.

Pero aquí hay que tener cuidado. Los seres humanos no son literalmente dioses, al menos no todavía.En realidad, al nacer ni siquiera son hijos de Dios, excepto por el hecho de haber sido creados por él a su imagen y semejanza.

Cuando en el Salmo 82 se habla de los seres humanos como dioses, aún se les define como imperfectos y sujetos a corrupción y muerte. Por lo tanto, son de la familia divina solo en un sentido restringido.

Esto quiere decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios en un nivel físico y mortal, con facultades limitadas; se asemeja a Dios, pero sin su carácter ni gloria divina.Por otro lado, sin embargo, los seres humanos tienen el potencial de adquirir la misma naturaleza del Padre y de Cristo.

¡Asombrosamente, el propósito de Dios es exaltara los seres humanos y llevarlos de esta existencia física al mismo nivel de existencia divina y espiritual que él tiene!

El resultado final: la gloria divina

Dios habla de nosotros como sus hijos (Romanos 8:16-17; Filipenses 2:15; 1 Juan 3:2). El proceso de reproducción espiritual comienza cuando el Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu humano: “El [mismo] Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo,si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17).

Mediante esta unión milagrosa llegamos a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). El cristiano engendrado por el Espíritu es un hijo de Dios, un verdadero miembro de su familia, aunque no en un sentido pleno. Como los niños, aún tenemos que pasar por un proceso de crecimiento en esta vida, una etapa en la que debemos desarrollar un carácter justo y asemejarnos cada vez más a Dios en nuestra forma de pensar y vivir.

Pero después de esta vida, en la resurrección al regreso de Cristo, seremos transformados en seres espirituales divinos como el Padre y Cristo.Leamos esta increíble verdad escrita por el apóstol Juan: “¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios! . . . Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2).

De hecho, para ampliar más el tema, en muchos pasajes de la Escritura se nos dice que recibiremos la gloria divina del Padre y de Cristo. Veamos uno de ellos: “Y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”(1 Tesalonicenses 2:12).

Como coherederos con Cristo, al igual que él, tendremos dominio sobre todas las cosas, incluyendo la totalidad del vasto universo (Romanos 8:17).

Nada menos que la divinidad

Para poder ejercer verdadero dominio sobre todas las cosas, incluidos los abrasadores hornos termonucleares de 50 mil millones de billones de soles y cada partícula subatómica de cada átomo de cada molécula en el cosmos, se requiere el poder omnipotente de Dios.Vamos a necesitar el poder de Dios dentro de nosotros para cuidar nuestra herencia. 

¿Cuál es nuestra capacidad mental? Como seres humanos, no nos bastarían un billón de vidas para contar, a razón de una por segundo, cada estrella del universo. Pero Dios declara que conoce todas las estrellas por su nombre (Salmos 147:4).

Reflexione en esto: los seres humanos que se conviertan, algún día tendrán naturaleza y gloria divinas y el poder absoluto sobre la creación, y compartirán el conocimiento infinito de Dios. ¡Para todo eso se requiere nada menos que una naturaleza divina!

Esta verdad bíblica, oculta por la doctrina generalizada de la Trinidad, es una gran sorpresa para los que solo conocen lo que afirma el punto de vista del cristianismo tradicional sobre la recompensa final de los justos. Sin embargo, quienes se oponen con más presteza a refutar esta verdad tal vez sean los más sorprendidos al enterarse de que muchos de los primeros “padres de la iglesia” de las religiones tradicionales entendían esta increíble verdad, al menos en parte.

Los párrafos 398 y 460 del actual Catecismo de la Iglesia Católica afirman: “El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente ‘divinizado’ por Dios en la gloria (pero pecó) . . . El Verbo (Jesucristo) se encarnó para hacernos ‘partícipes de la naturaleza divina’ (pp. 112, 128-129)”. El último párrafo cita a teólogos antiguos:

De Ireneo (siglo II): “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” [Contra los Herejes,libro 3, cap. 19, sección 1].

De Atanasio (siglo IV): “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (La encarnación del Verbo, cap. 54, sección 3).

Y de Tomás de Aquino (siglo XIII): “El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres” [Opúsculo 57,conferencias 1-4, énfasis nuestro).

Esta enseñanza es aún más predominante en la tradición ortodoxa oriental, donde se le conoce con el término griego teosis, que significa “divinización”. Observe la sorprendente explicación del antiguo teólogo Tertuliano, que escribió lo siguiente cerca del año 200 d. C:

“Porque nosotros llegaremos a ser incluso dioses, si es que merecemos estar entre aquellos de quienes él declaró ‘Yo he dicho,“Ustedes son dioses’”, y ‘Dios se yergue en la congregación de los dioses’. Pero esto proviene de su propia gracia, no de algún atributo nuestro. Porque solo él puede hacer dioses” (Contra Hermógenes, cap. 5, Ante-Nicene Fathers [Los padres antinicenos], vol. 3, p. 480, citado en “Deification of Man” [Deificación del hombre], David Bercor, editor, A Dictionary of Early Christian Beliefs [Diccionario de creencias cristianas primitivas], 1998, p. 200).

Como ve, esta era la opinión comúnmente aceptada durante los primeros siglos del cristianismo antes de que apareciera la doctrina de la Trinidad. Algunos de los teólogos postreros de este período inicial, a pesar de este conocimiento, se desviaron hacia la naciente doctrina trinitaria. Pero entre los primeros teólogos, más cercanos a la fuente apostólica original, no hay ningún indicio de ideas trinitarias.

Considere esta notable declaración del obispo Ireneo, mencionado anteriormente, que en su juventud fue instruido por un discípulo del apóstol Juan: “No hay nadie más llamado Dios en la Escrituras excepto el Padre de todos, y el Hijo, y aquellos que poseen la adopción [es decir, la filiación como hijos de Dios]” (Contra los Herejes, libro 4, prefacio).

Así que en lugar de un único Dios trinitario compuesto de tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, Ireneo testificó acerca de un solo Dios, que incluye al Padre, al Hijo, y finalmente a nosotros, la multitud compuesta por otros hijos llevados a la gloria (creyentes transformados).

En efecto, existe un solo Dios, pero ese Dios es una familia, a la cual él agregará otros integrantes. La familia Dios actualmente está compuesta de dos seres individuales y  plenamente divinos: Dios el Padre y Dios el Hijo (Jesucristo). Y, por increíble que parezca, habrá muchos más en el futuro.

El Padre y Jesucristo tendrán por siempre la autoridad de la familia, aunque se agreguen a ella miles de millones de hijos divinos. A diferencia de nosotros, el Padre y el Hijo no son creados y han vivido eternamente en el tiempo, sin un principio. Y hay un solo Salvador en cuyo nombre podemos recibir la dádiva de la vida eterna de Dios (Hechos 4:12), y quien siempre será superior a nosotros. Sin embargo, el deseo de ambos es que compartamos su existencia divina como su familia, reinando con ellos sobre toda la creación.

¿Por qué estamos aquí?

¡Esta es, entonces, la razón de que estemos aquí!Este es el destino potencial y final de toda la humanidad y el extraordinario propósito por el que fuimos creados. Como Jesús dijo al ver nuestro futuro: “Ustedes son dioses”. ¡No podemos tener un futuro más sublime o mejor que ese!

La doctrina de la Trinidad no permite que la familia de Dios se expanda de esta manera. De hecho, la Trinidad niega la verdad más grande jamás revelada:que Dios es una familia en crecimiento, de la cual podemos llegar a ser parte. La verdad supera hasta la imaginación más fértil por la enormidad y grandeza de su alcance.

¡Ojalá que pueda aferrarse al destino impresionante y glorioso que Dios ha prometido en su Palabra, y que sea colmado del poder de su Espíritu Santo!    BN