Evolución: Una cuestión de fe

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Evolución

Una cuestión de fe

En 1859, Carlos Darwin estremeció al mundo científico y también al religioso con su libro El origen de las especies. No pasó mucho tiempo antes de que la comunidad científica en ambos lados del Atlántico aceptara la noción de que la vida había evolucionado a lo largo “de millones y millones de años” (según Darwin declaró en su libro), después de surgir espontáneamente de alguna “poza de agua tibia”, como se lo describió más tarde a un amigo. Darwin fue consagrado como uno de los pensadores científicos más grandes de todos los tiempos, a la par con Galileo Galilei e Isaac Newton.

Pero no todos los que leyeron su libro se convencieron de su teoría. Otros científicos y geólogos notaron en ella inconsistencias, criaturas inexplicables que aparecían en el momento equivocado en el registro fósil, y otros vacíos semejantes. Darwin reconoció algunos de ellos.

Adelantémonos 150 años hasta hoy: la mayoría del mundo científico todavía acepta la teoría de la evolución como un hecho, a pesar de la creciente evidencia en su contra. Y un mundo que no quiere un Dios que le diga qué hacer, prefiere en cambio una teoría que explique una creación sin un Creador.

Una teoría plagada de agujeros

La última mitad del siglo pasado no ha sido muy halagüeña para la teoría de Darwin. Cuando su libro fue publicado, Darwin admitió que el registro fósil, el mismo que debió haber apoyado su teoría, estaba lleno de vacíos, pero predijo con toda confianza que estos se llenarían una vez que se hallaran muchas de las especies en estado de transición. 

Mientras tanto, los nuevos descubrimientos en cuanto a la enorme complejidad de la célula y el explosivo avance en el campo de la microbiología han añadido más dificultades y desafíos a la teoría de Darwin. Actualmente, cientos de científicos dudan de la evolución hasta el extremo de rechazarla.

El Discovery Institute (Instituto Descubrimiento), organización sin fines de lucro con sede en Seattle (Washington, EE. UU.), se ha dedicado a examinar la evolución de manera crítica, y tiene un listado de más de 700 líderes del pensamiento científico que han dejado constancia de sus dudas acerca de la teoría. Tanto es así, que muchos de ellos ahora admiten creer que alguna forma de inteligencia superior es la fuente más lógica de la existencia de la vida.

Pero el furor que ha provocado la evolución oculta el hecho de que esta teoría no es un hecho comprobado. Una teoría científica es una explicación documentada que parece hacer encajar todos los hechos, pero que no puede ser probada ni verificada como una ley científica mediante la observación de los resultados de experimentos repetidos, de acuerdo a los procedimientos del método científico. La teoría evolutiva no puede ser verificada mediante observación porque supuestamente se ha llevado a cabo durante períodos de tiempo indefinidos y no computables, y por lo tanto debe seguir siendo lo que es: una teoría, y no una ley comprobada.

Más aún, la evolución darviniana ni siquiera debe clasificarse como una teoría científica porque en realidad no puede hacer encajar de manera razonable la evidencia que existe. La evolución debiera llamarse mejor una hipótesis –una suposición educada– acerca de cómo llegó a existir la inmensa variedad de vida que vemos en el mundo. Excepto que no es tan educada como se quiere hacer creer, ya que sus proponentes desdeñan una gran cantidad de evidencia que la contradice.

Además, esta teoría no ofrece nada que explique cómo llegó a existir el universo, con sus “componentes básicos” (sin mencionar las leyes de la física, química y biología que gobiernan todo). Por esta razón, el concepto es más que nada una filosofía o, como veremos, casi una especie de religión — una religión falsa.

Nuevos descubrimientos, que minan el tronco mismo del árbol del pensamiento evolucionario, han creado una situación que recuerda la última etapa de la Edad Media, cuando el pensamiento de la época sostenía que la Tierra era el centro del universo. La perspectiva dominante en el año 1500 era que el Sol, la Luna, los planetas y todas las estrellas giraban en torno a la Tierra.

Pero luego apareció Copérnico, a mediados del siglo xvi, mostrando matemáticamente que el Sol es el centro del sistema solar y que la Tierra y otros planetas giran en torno a él. Esto fue confirmado por Galileo y su nueva invención, el telescopio, alrededor del año 1600.

Ese descubrimiento tan revolucionario inicialmente fue rechazado por la mayoría, y Galileo fue perseguido encarnizadamente. De la misma manera, los científicos que desafían la teoría de la evolución en nuestros días a menudo deben soportar las burlas de sus colegas por reconocer públicamente los descubrimientos antievolucionistas, que son cada vez más abundantes.

La “explosión cámbrica”

Una de las dos ideas centrales de Darwin sostenía lo que la comunidad científica llama descendencia común universal. Básicamente, esto quiere decir que al fin y al cabo todas las formas de vida descienden de un solo ancestro común, el que según los cálculos de Darwin apareció en la escena en algún momento entre 700 y 800 millones de años atrás.

Si esta teoría fuera verdadera, el registro fósil mostraría millones de formas de vida en proceso de evolución a lo largo de millones de años, lo cual hubiera dado como resultado miles de millones de fósiles en estado de transición. Sin embargo, como ya se indicó, Darwin tuvo que admitir en su libro un gran problema con el registro fósil, que no pudo explicar: “Si según esta teoría debieran haber existido infinitas formas transicionales, ¿por qué no las encontramos en innumerables cantidades, incrustadas en la corteza terrestre?” (edición Masterpieces of Science [Obras maestras de la ciencia], 1958, p. 137).

Más tarde, en su mismo libro, él volvió a reconocer el problema que presenta el registro fósil: “¿Por qué, entonces, no están llenos de eslabones intermedios todas las formaciones y estratos geológicos? La geología ciertamente no revela ninguna cadena orgánica tan finamente graduada; y esta quizás sea la objeción más obvia y seria que puede hacérsele a mi teoría” (p. 260-261, énfasis nuestro en todo este artículo).

En vez de las “innumerables formas transicionales” vaticinadas por la teoría de Darwin, el actual registro fósil es abismalmente distinto. Muestra que repentinamente, hace casi 600 millones de años de acuerdo al fechado de los paleontólogos, ocurrió una explosión de formas de vida que llegó a ser conocida como período Cámbrico. En el transcurso de unos cuantos millones de años (que de acuerdo a la cronología de los paleontólogos es solo un instanteen el supuesto registro geológico de la Tierra) aparecieron millares de nuevas criaturas que ostentaban un alto grado de sofisticación anatómica.

Lo que verdaderamente dejó perplejo a Darwin fue el hecho de que en ninguna parte, en ningún continente, se pudo encontrar evidencia fósil de un ancestro evolucionario, el “eslabón perdido” de estas complejas criaturas. Una vez más, Darwin admitió que había enormes lagunas en el registro fósil, el mismo registro que debió haber respaldado su teoría. Como él afirmó: “La explicación está, creo yo, en la extrema imperfección del registro geológico” (p. 261).
Él esperaba y asumía que futuros científicos descubrirían los eslabones perdidos.

Pero, como afirma el periodista George Sim Johnston: “Este es el veredicto de la paleontología moderna: el registro no muestra una evolución gradual, darviniana. Otto Schindewolf, tal vez el paleontólogo más importante del siglo xx, escribió que los fósiles ‘contradicen directamente’ a Darwin. Steven Stanley, un paleontólogo que enseña en la Universidad John Hopkins, escribe en The New Evolutionary Timetable (La nueva cronología evolucionista)que ‘el registro fósil no documenta de manera convincente ni una sola transición de una especie a otra’” (“An Evening With Darwin in New York” [“Una tarde con Darwin en Nueva York”], Crisis, abril de 2006, edición en línea).

Desde el tiempo de Darwin se han descubierto millones de nuevos fósiles que representan a miles de especies diferentes, pero ninguno ha demostrado ser uno de los eslabones perdidos que él esperaba que se encontraran. En su libro Darwin on Trial (Juicio a Darwin), 1991, el Dr. Phillip Johnson escribió: “El problema más grande que presenta el registro fósil al darvinismo es la ‘explosión cámbrica’ de hace unos 600 millones de años. Casi todas las clasificaciones principales de animales aparecen en las rocas de este periodo, sin la más mínima señal de los ancestros evolucionarios que necesitan los darvinistas” (p. 54).

Lo que sí muestra el registro fósil son gusanos de cuerpo blando, medusas y criaturas similares que carecían de cualquier tipo de estructura ósea. Entonces, solo un poco de tiempo después, surgió en escena una infinidad de criaturas mucho más sofisticadas con esqueletos externos, órganos internos y corazones. De hecho, casi todas (sino todas) las estructuras corporales de los animales que existen hoy en día ya estaban presentes en el periodo Cámbrico, en agudo contraste con lo que Darwin había teorizado.

Además, al analizar en 2013 un artículo sobre la explosión cámbrica en la revista Science (Ciencia), el profesor de biología de la Universidad de Stanford, Christopher Lowe, comentó acerca de la lucha del mundo científico para explicar en términos evolucionistas el repentino estallido de vida: “La variedad de hipótesis propuestas para explicar la explosión cámbrica es tan diversa como los fósiles que pretenden explicar”. Más aún, confirmó que este enorme grupo de nuevas especies cámbricas realmente apareció de manera súbita, y que los pocos fósiles precámbricos no eran sus ancestros.

Los científicos han formulado muchas teorías para intentar explicar la explosión cámbrica y las otras contradicciones a la evolución darviniana que presenta el registro fósil, pero esto sigue siendo un tremendo desafío para el pensamiento evolucionista.

¿Son acaso útiles las mutaciones?

El otro argumento principal de Darwin, la selección natural, dio origen a la frase “supervivencia del más fuerte”, expresión ampliamente usada actualmente en el mundo bursátil y también el de la política. De acuerdo a Darwin, las mutaciones debían surgir como formas de vida, trayendo consigo nuevas características. De entre ellas, la más ventajosa sería el proceso de selección natural, que se traspasaría a las sucesivas generaciones; estas estarían compuestas de “los más fuertes”, y los que carecieran de tales características simplemente morirían.

A Darwin todo esto le parecía sumamente simple: los cambios o mejoramientos genéticos que le daban a un animal una oportunidad de sobrevivir serían los mismos que seguramente traspasaría a sus descendientes. Pero ¿es esta la manera en que funcionan la mayoría de las mutaciones?

Décadas invertidas en el estudio de las mutaciones han mostrado que la mayoría son perjudiciales y que dejan al animal con menos oportunidades de sobrevivir. ¿Cuáles son las posibilidades, entonces, de que las mutaciones favorables realmente sean traspasadas? O de que el ADN de una particular criatura mejore mediante sucesos fortuitos y sea traspasado exitosamente a nuevas generaciones?

El Dr. Murray Eden, profesor de ingeniería y ciencias de la computación del Instituto de Tecnología en Boston, Massachusetts, ahondó en esta pregunta. Comparó una muestra de ADN con un código computacional, haciendo notar que cualquier código de este tipo se inutilizaría con solo hacerle unos cuantos cambios al azar:

“Ningún idioma formal existente puede tolerar cambios arbitrarios a la secuencia de símbolos que expresan sus frases. De hacerlo, el significado sería destruido de manera casi invariable” (“Inadequacies of Neo-Darwinian Evolution as a Scientific Theory”, Mathematical Challenges to the Neo-Darwinian Interpretation of Evolution [“Deficiencias de la evolución neodarviniana como teoría científica”, Retos matemáticos a la interpretación neodarviniana de la evolución], 1967, p. 14). En otras palabras, la necesidad de una configuración específica del ADN hace extremadamente improbable que las mutaciones fortuitas puedan generar nuevos genes funcionales.

Como se ha determinado que las mutaciones ocurren solo una vez en diez millones de copias de ADN, aproximadamente, la pregunta lógica sería: ¿cuáles son las posibilidades de que una mutación benéfica se produzca por sí sola, por accidente, y sin ninguna guía?

En su libro Darwin’s Doubt (La duda de Darwin), el Dr. Stephen Meyer comenta sobre los hallazgos del Dr. Eden: “¿Tuvo suficiente tiempo el mecanismo de mutación y selección –desde el comienzo mismo del universo– para generar aunque fuera una pequeña fracción de las posibles secuencias de aminoácidos correspondientes a una sola proteína funcional de esa longitud? Para Eden, la respuesta fue un rotundo no” (2013, p. 176).

Seguir la evidencia adondequiera que conduzca

Los continuos descubrimientos acerca de la increíble complejidad del ADN siguen aportando sólida evidencia de la creación divina de la vida. De hecho, fue una mirada objetiva al ADN lo que llevó al difunto Antony Flew, el ateo más prominente de Inglaterra, a renegar de su ateísmo y a aceptar la existencia de un Creador divino.

Él reconoció haber cambiado su manera de pensar en cuanto a un Creador “debido principalmente a las investigaciones sobre el ADN”. Explicó: “Lo que yo creo que ha hecho el material del ADN es mostrar, por la casi increíble complejidad de las configuraciones necesarias para producir vida, que la inteligencia debe haber jugado un importante rol para que estos extraordinarios elementos pudieran trabajar juntos.

La complejidad del número de elementos y la sutileza de las formas en que trabajan juntos son enormes.La posibilidad de que ambos aspectos se hayan encontrado al mismo tiempo por simple casualidad es simplemente minúscula. Todo se reduce a una extraordinaria complejidad que ha producido resultados, lo cual me pareció obra de una inteligencia” (There Is a God: How the World’s Most Notorious Atheist Changed His Mind [Hay un Dios: Cómo el ateo más influyente del mundo cambió de parecer], 2007, p. 7).

Flew continuó diciendo: “Ahora creo que el universo llegó a existir gracias a una Inteligencia infinita. Creo que las intricadas leyes de este universo manifiestan lo que los científicos han llamado ‘la Mente de Dios’. Creo que la vida y la reproducción se originan en una Fuente divina.

“¿Por qué creo esto, dado que expliqué y defendí el ateísmo por más de medio siglo? En pocas palabras, esta es mi respuesta: este es el panorama mundial, según yo veo, que ha surgido de la ciencia moderna. La ciencia destaca tres dimensiones de la naturaleza que apuntan a Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda es la dimensión de la vida, de seres inteligentemente organizados y motivados por un propósito, que surgieron de la materia. La tercera es la existencia misma de la naturaleza”.

Él concluyó que cuando se trata de evaluar la evidencia de la naturaleza, “Debemos seguir el argumento adondequiera nos conduzca”, que en este caso fue la conclusión de que la única respuesta razonable y lógica es la existencia de un Creador divino (pp. 88-89). (Lea “Respuestas de un ex ateo acerca de Dios”, comenzando en la página 8).

Asombrosas admisiones de los evolucionistas

El peso de la evidencia contra la evolución darviniana sigue aumentando en los campos de la biología, la genética, e incluso en el del registro fósil. Cabe reconocer que algunos defensores de la evolución admiten abiertamente algunos de los problemas de la teoría, como evidencian los siguientes comentarios:

David Raup, conservador de geología en el Museo Field de Historia Natural de Chicago, lo expresó así hace unos 40 años: “Bueno, ya han pasado unos 120 años desde Darwin hasta ahora [y unos 160 hasta nuestros días] y el conocimiento del registro fósil se ha incrementado enormemente . . . [sin embargo], irónicamente, hoy tenemos aún menos ejemplos de la transición evolutiva que los que teníamos en tiempos de Darwin.

“Con esto quiero decir que algunos de los casos clásicos de cambio darviniano en el registro fósil, tales como la evolución del caballo en Norteamérica, tuvieron que ser desechados o modificados como resultado de información más detallada: lo que parecía ser una progresión simple y libre de complicaciones cuando se disponía de poca información, ahora parece ser mucho más complejo y menos gradual” (“Conflicts Between Darwin and Paleontology” [“Conflictos entre Darwin y la paleontología”], Boletín del Museo Field de Historia Natural, enero 1979, pp. 22-25).

Él también admitió más adelante: “En los años posteriores a Darwin, sus partidarios esperaban encontrar progresiones predecibles. En general, estas no se han encontrado; sin embargo, el optimismo sigue siendo incondicional, y los textos de estudio se han visto parcialmente infiltrados de pura fantasía” (Science [Ciencia], jul. 17, 1981, p. 289).

Steven Jay Gould, paleontólogo de la Universidad de Harvard y fervoroso evolucionista, escribió en su libro The Panda’s Thumb (El pulgar del panda): “La extrema escasez de formas transicionales en el registro fósil sigue siendo el secreto de los expertos en paleontología . . . El gradualismo [cambio evolutivo a través de largos periodos de tiempo] jamás fue ‘visto’ en las rocas” (1977, p. 181).

Los hallazgos en el registro fósil obligaron a Gould a reconocer en un ensayo (1980) que la perspectiva tradicional de la evolución darviniana no cuenta con el apoyo de la evidencia fósil, y que “como proposición general está prácticamente muerta, a pesar de ser declarada como un hecho comprobado en los libros de texto” (“Is a New and General Theory of Evolution Emerging?” [“¿Está surgiendo una teoría de la evolución nueva y general?”], Paleobiology, invierno de 1980, p. 120).

C. P. Martin, de la Universidad McGill (Montreal, Canadá), escribió: “La mutación es un proceso patológico que poco o nada tiene que ver con la evolución” (“A Non-Geneticist Looks at Evolution” [“Alguien no genetista examina la evolución”], American Scientist, ene. 1953, p. 100).

Todos estos hombres han apoyado a brazo partido la evolución. Pero ellos, y otros como ellos, han reconocido con toda franqueza algunos de los incómodos hechos que contradicen la teoría. No obstante, al contrario de Antony Flew, no estuvieron dispuestos a rastrear toda la evidencia hasta su final lógico.

Cuestión de fe

Las creencias profundas son muy difíciles de abandonar. Tal como sucedió hace 400 años con quienes creían que el Sol giraba alrededor de la Tierra y se oponían a aceptar la nueva verdad de que en realidad es la Tierra la que gira alrededor del Sol, la mayoría de los científicos actuales se niegan a aceptar los modernos hallazgos sobre los orígenes de la vida. Su manera de pensar está tan influenciada por el paradigma evolucionista, que son incapaces de considerar objetivamente otras alternativas.

¿Cómo ha reaccionado la comunidad científica ante el creciente cúmulo de evidencia en contra de la evolución? Respuesta: sus miembros siguen practicando el mismo tipo de negación del cual acusan a la religión, es decir, aceptan la evolución como una simple cuestión de fe.

Fíjese en esta admisión del biólogo Richard Lewontin respecto a su actitud y la de sus colegas científicos: “Nos ponemos del lado de la ciencia a pesar de lo patentemente absurdo de algunos de sus conceptos . . . a pesar de la tolerancia de la comunidad científica a historias ad-hoc sin fundamento, porque tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo . . . Más allá de eso, el materialismo es un absoluto, pues no podemos dejar que un Pie Divino cruce la puerta” (“Billions and Billions of Demons” [Miles de millones de demonios], The New York Review, ene. 9, 1977, p. 31).

El Dr. Scott Todd, inmunólogo de la Universidad Estatal de Kansas (EE. UU.), comparte el mismo sentir: “Aun si toda la información indica la existencia de un diseñador inteligente, tal hipótesis es excluida de la ciencia por no ser naturalista” (Nature, sept. 30, 1999, p. 423).

El biólogo molecular neozelandés Michael Denton examinó cuidadosamente los argumentos principales de la evolución darviniana y encontró que estaban plagados de errores e inconsistencias. En su libro Evolution: A Theory in Crisis [Evolución: Una teoría en crisis], 1985, escribió que los problemas que presenta la teoría “son demasiado graves y sin solución como para ofrecer una esperanza de resolución al concepto darviniano tradicional” (p. 16). Él concluye: “Al fin y al cabo, la teoría de la evolución de Darwin no es más ni menos que el gran mito cosmogónico del siglo veinte” (p. 358).

Recientemente, un capítulo en el libro del Dr. Meyer titulado “The Possibility of Intelligent Design” (“La posibilidad del diseño inteligente”) se refirió a la negativa del mundo a aceptar cualquier posibilidad de que la inteligencia, en vez de la casualidad ciega, haya estado involucrada en la creación de todas las formas de vida, incluyendo los seres humanos:

“Cuando se propone la idea de un diseño inteligente, a menudo es muy difícil lograr que los biólogos evolucionistas contemporáneos siquiera consideren la posibilidad de tal concepto . . . y aunque muchos biólogos ahora admiten serias deficiencias en las actuales teorías de la evolución, estrictamente materialistas, se resisten a considerar alternativas que involucren guía, dirección o diseño inteligente” (p. 337).

En otras palabras, quienes se aferran a la teoría evolucionista se niegan a ver y aceptar la clara evidencia. “Dice el necio en su corazón: No hay Dios”, según la Biblia (Salmos 14:1; 53:1). Un mundo espiritualmente ciego, engañado y materialista hará lo imposible por negar la existencia del Creador.

¿Podemos ver algún paralelo entre la comunidad científica agnóstica de hoy y los filósofos del tiempo del apóstol Pablo? Pablo les dijo: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles . . . Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada . . .” (Romanos 1:22-23, 28).

¿Dónde está entonces nuestra fe? ¿En la evidencia de la fantásticamente compleja creación que usted puede ver a su alrededor, o en una teoría desacreditada y plagada de problemas? Los críticos de la religión afirman que se necesita fe para creer en un Creador divino; pero en realidad, se necesita mucha más fe para creer en la evolución — de hecho, ¡se necesita una fe ciega!

¿Y qué hay de usted? ¿Tiene la fe que se requiere para creer en la evolución? ¿O está dispuesto a examinar exhaustivamente la evidencia?