Perpetuar el poder de Pentecostés

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Perpetuar el poder de Pentecostés

Y así fue, hace 1.980 años, cuando llegó  el día de Pentecostés, “estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).

Por lo tanto, la promesa que Jesucristo les hizo diez días diciendo: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”, fue entregada en una exhibición milagrosa de poder, desafiando la naturaleza humana y trascendiendo incluso la capacidad de la tecnología de la comunicación moderna (Hechos 1:8). Proclamaban el mensaje de Dios con tal poder que se entendía en varios idiomas simultáneamente.

Pedro predicó,  Dios le dio la facultad. La gente escuchaba y oía. Dios les concedió arrepentimiento y les inculcó convicción. Fue el primer Pentecostés del Nuevo Testamento y la Iglesia nació en medio de una asombrosa muestra de la poderosa presencia de Dios y de Su capacidad divina de cambiar los corazones de los hombres y mujeres que elige llamar. Eran 120 los que se habían reunido y antes del final del día cerca de tres mil personas habían sido convertidas. 

El día de Pentecostés del año 31 D.C es un evento sin precedentes y sin comparación en la historia del crecimiento y desarrollo de la Iglesia.

Sin embargo, que los sucesos del día de Pentecostés del año 31 D.C sean hasta ahora sin igual, no significa que ese poder no pueda o no deba ser perpetuado. Lo cual plantea una pregunta a todos aquellos que han recibido el Espíritu Santo: ¿Estamos, usted y yo, perpetuando el poder de Pentecostés o abierta o inconscientemente impidiéndolo?

Dicho de otra manera: ¿Estamos permitiendo que el Espíritu de Dios potencie nuestras vidas? O ¿Estamos negando su poder de trabajar en nosotros?

Es una poderosa pregunta que debería evocar la consideración, porque el Espíritu Santo es el único agente que nos permite cambiar, y cambiar es algo imprescindible si queremos alcanzar el destino que Dios ha ordenado para nosotros.

El día de Pentecostés, está nuevamente muy cerca “¿Estamos todos unánimes juntos?" ¿Estamos preparados para perpetuar su poder, o está nuestro corazón dispuesto a impedirlo? En cualquier caso, la elección está dentro de nuestras capacidades.

¿Permitiremos que las Escrituras nos muestren cómo hacerlo? El segundo capítulo de los Hechos nos cuenta la historia. Llegó el día de Pentecostés y el Espíritu de Dios vino en una exhibición milagrosa de poder. Muchas cosas sucedieron. Luego, en el capítulo dos, en el versículo14 Pedro toma la iniciativa:

“Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras”.

El desarrollo de Pedro marca un giro sorprendente de los acontecimientos. Pedro, el traidor que sólo 53 días antes había negado a su Señor y Maestro, levanta su voz para desafiar a la misma gente que causó la muerte de Jesucristo, diciéndoles:

“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:22-23).

Aquí vemos demostrada toda la pasión, la emoción y el suspenso en la vida real, uno de los componentes esenciales necesarios para perpetuar el poder de Pentecostés.

Si vamos a perpetuar el poder de Pentecostés, entonces debemos predicar  el ministerio de Jesucristo, al igual que Pedro, bajo la inspiración del Espíritu, con pasión, anunciando las verdades de Dios.

Predicando con pasión, la relevante verdad se convirtió en el sello distintivo del ministerio apostólico y la Iglesia creció por todo el mundo. Es una herencia con la que los apóstoles dotaron a la próxima generación.

En relación al Espíritu Santo de Dios, a menudo citamos la carta personal de Pablo a Timoteo:

"Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (2 Timoteo 1:6-7).

Palabras poderosas, gran descripción del poder y la fuerza del Espíritu Santo. En la introducción de esta segunda carta a Timoteo, el apóstol Pablo lo reta a despertar y perpetuar el poder del Espíritu Santo.

Pablo advierte a Timoteo a; "retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste", "procura con diligencia presentarte a Dios aprobado ", y "huye también de las pasiones juveniles", todos los cuales son versículos críticos, pero a la vez no pierde la ocasión para animarlo a predicar con pasión:

"Te encarezco que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Timoteo 4:2-4).

Predicar con pasión sigue siendo el método del apóstol Pablo y el cual también traspasó a Timoteo.

Volvemos al sermón de Pedro. Su reto de conclusión no es menos relevante y no menos cierto:

"Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Ouch! Palabras similares hicieron que Esteban fuera apedreado, pero la audiencia de Pedro escogió la acción: Se arrepintieron real y sinceramente.

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).

Entonces Pedro respondió con la instrucción y el camino de acción que él conocía muy bien: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. "(Hechos 2:38).

Aquí encontramos los componentes críticos: Si queremos perpetuar el poder de Pentecostés se requiere de dos componentes esenciales: la predicación con pasión y el arrepentimiento sincero. Es un proceso difícil que requiere al Espíritu de Dios trabajando en nosotros, pero el resultado es un crecimiento sin precedentes, como el Pentecostés del Nuevo Testamento demuestra ampliamente.

Todos podemos estar a la altura del desafío en el próximo Día de Pentecostés: Vamos a entrar en la arena; Vamos a predicar con pasión, este es un reto para los que predican y una solicitud de permiso para los que oyen, y a arrepentirnos con sinceridad, por lo cual nunca seremos contados entre como pobres o tímidas que no conocen la victoria o la derrota.

Pentecostés viene. ¡Vamos a perpetuar su poder!

Fuente: www.ucg.org