Maravillarse

Usted está aquí

Maravillarse

A pesar de no ser un gran conocedor de Jazz, hay obras que disfruto inmensamente. Una de ellas es My Favorite Things, interpretada por John Coltrane. La conocí mucho antes que la versión con letra, por Julie Andrews, y en gran parte por esa razón, me ha acompañado tan fielmente durante ya tantos años; pues, sin saber que existía una letra, acomodé mis cosas favoritas entre las sensaciones variadas de la melodía principal del saxofón y el piano.

Tengo muchos buenos recuerdos con ella: mi universidad y mis compañeros, mis amigos de toda la vida, fiestas de tabernáculos, pláticas con la familia… y desde luego, algunas peripecias. Es sorprendente la tremenda capacidad que tenemos los humanos para relacionar eventos totalmente aislados entre sí, volviéndolos casi inseparables uno del otro. Tanto para bien, como para mal.

El caso es que uno puede recordar multitud de cosas al escuchar una canción, una frase, o percibir un olor; tener una claridad absoluta de su significado y relevancia y además, tener el deseo de compartírselo a alguien más. Sin embargo, la experiencia personal es algo imposible de compartir en su totalidad, y nos toparemos frecuentemente con que aquello que nos conmueve o fascina, no tiene el efecto deseado en nuestro destinatario.

¿Es eso malo? De ningún modo. Es algo que Dios ha propiciado en nosotros a través del espíritu humano: nos ha dado la capacidad de discernir, de formar un juicio propio; es una extensión de nuestro libre albedrío. Y desde luego, es algo que debemos considerar continuamente en nuestro tránsito por la vida.

Pero ¿por qué digo todo esto? Porque conozco muchas personas que escucharon My Favorite Things conmigo en momentos importantes de mi vida, y no albergan recuerdos con ella; no la disfrutan como yo. De hecho, llegan a tener ideas diametralmente opuestas sobre la melodía y sobre los eventos que acompañó. Y estoy seguro que ha tenido esta extraña sensación en más de una ocasión, quizá hasta dentro de la Iglesia: la sensación de encontrarse sólo con sus perspectivas e ideas.

Me he encontrado, hablando con hermanos en la fe, que esta sombra testaruda entorpece nuestro andar como iglesia. Nos hace pensar que el resto de quienes se congregan no comparten realmente nuestras convicciones; o peor aún, que no entienden el camino de Dios. Y si bien pudiera ser cierto en algunos casos; estoy seguro de que en la gran mayoría no es así. Mil personas pueden coincidir en el mismo espacio al mismo tiempo, y sin embargo, encontrarse en lugares diferentes en sus respectivas vidas. Algunos pueden estar viviendo su primer amor; otros una franca crisis espiritual, o una transición importante en la que poca o ninguna confianza sienten con nadie. Y estar en puntos tan distintos de nuestras existencias personales, nos deja importantes puntos ciegos.

No diré que estamos mal al sentirnos solos, porque en efecto, estamos solos en este camino. Es un camino personal, que depende de enfoques y decisiones personales. Sólo así desarrollamos frutos espirituales personales. Y, desde luego, estar batallando nuestra dura lucha, puede distraernos de las que nuestro prójimo enfrenta. O igual de preocupante, podemos distraernos tanto en las batallas de otros, que terminamos por relegar las propias.

Un enorme problema de nuestras vidas es encontrar equilibrio. Y en este ámbito, hallar un adecuado equilibrio es el desafío más grande que enfrentamos. No podemos ser indolentes ante los sufrimientos o los tropiezos de otros; es nuestra obligación ser guardas de nuestro hermano. Debemos apoyar, orientar, sugerir. Pero nunca con autoridad, porque ¡no tenemos ninguna! Antes con verdadera preocupación y amor, que es lo único con lo que contamos; poniendo todo en manos de Dios.

Y, desde luego, aceptar que seguramente estaremos en el anverso de la moneda, siendo amonestados, sugeridos, consolados; no tomando esto como una agresión, sino como un gesto de preocupación. Intentemos tomar con diplomacia las palabras duras (y procuremos no endurecer las nuestras). No tomemos nada personal aunque llegue a serlo. Usemos todo para bien.

Quizá nunca coincidamos y quizá nadie aprecie aquello que nos esforzamos por compartir. My Favorite Things es una de las piezas más importantes de mi vida; pero definitivamente no puedo hacer que nadie la entienda, la sienta ni la valore como yo. Lo único que puedo hacer por mi amor a ella, es maravillarme y agradecer que a pesar de estar ahí para tanta gente, se haya vuelto una piedra angular de mi vida.

Si la obra que Dios se encuentra realizando en usted es así de importante para su persona, agradezca que está ahí, disfrútela, intente extenderla a los demás con su ejemplo, pero no poniéndose de ejemplo. Viva esa relación íntima con Dios, gócese en sus obras, en su infinito amor, misericordia y en su palabra. Pero no intente forzar la relación de nadie con Dios a su manera. Dios tiene su modo, y siempre es mejor al nuestro.

Y, por último, maravíllese, porque el proceso de convertirlo en un hijo o hija suyo, está siendo único e irrepetible. ¡De ese tamaño es el amor de Dios por usted!