Corona de la vida

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Corona de la vida

Cuando uno acude al cine y ve una película por segunda o tercera vez, sabe quién es el ganador, y nosotros podemos saber, gracias a las escrituras, que la victoria de parte de Dios, está garantizada, sabiendo que él prometió una corona de vida para quien sea fiel hasta la muerte (Apocalipsis 2:10).

Sabemos que una corona olímpica de laurel que se coloca sobre la cabeza de un campeón olímpico, es porque se trata de un genuino vencedor de la competencia olímpica, gracias a su riguroso entrenamiento que tuvo que realizar, y cuyo resultado le permitió subir al podio de los triunfadores, para recibir merecidamente su corona.

Y nosotros, ¿cómo nos estamos preparando para la buena pelea que nos permitirá recibir nuestra corona de vida?

Entendamos que los deportistas olímpicos, quienes luchan por su corona, normalmente se ven sometidos a privaciones y esfuerzos, obedeciendo reglas que necesariamente deben cumplir para aumentar la posibilidad de salir victoriosos en la dura competencia, muchas veces preparándose lejos de sus hogares y de su familia. Ellos sacrifican su propia vida puesto los ojos en la corona de laurel.

De manera similar, el apóstol pablo escribió a los griegos de la iglesia en Corinto, quienes conocían acerca de las competencias deportivas, cuyo empeño era lograr la corona tan ansiada. Por eso escribió, “todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Corintios 9:25). Por supuesto que todo lo físico está destinado a desaparecer, porque será destruido, mientras que la corona de vida que Dios nos promete, es una corona incorruptible y perdurable.

Retén lo que tienes

“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11). Esta escritura no está diciendo que alguien esté tratando de robarnos la corona que Dios nos ha prometido, sino que podríamos perderla debido a nuestra inconstancia espiritual para nuestro Padre. Por eso, la Biblia nos muestra varios ejemplos de personajes que tuvieron que resignar su lugar, porque dieron muestras de que no eran capaces de retener el pacto que habían hecho con Dios. De esa manera, Esaú perdió su posición ante Jacob, Saúl, ante David, y Judas, ante Matías.

Por eso, en la Iglesia de Dios, debemos mantenernos firmes en la carrera que tenemos por delante, para ser dignos de recibir nuestro galardón. Dios nos ha prometido la corona de vida, la cual debemos apreciar y buscar como un tesoro invalorable. Así que, jamás abandonemos la meta tan valiosa y más bien retengamos la promesa hecha por quien, nunca miente. Hagamos nuestra parte, para que un día seamos coronados por nuestro Rey venidero, para siempre.